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Autor/a
Guillermo Rodoni

El trabajo largamente realizado en el oficio de director en el campo del teatro independiente me
ha demostrado la verdad de un axioma que muchas veces he repetido: nadie es imprescindible.
Sin embargo, y con la misma contundencia, podría afirmarse, sin contradecir lo anterior, que hay
gente que resulta necesaria.
No soy crítico de arte, y menos aún del arte musical.
Pero sí soy un hombre, un militante de la Vida, un hombre enrolado en las filas del Arte, nacido
en Campana, y por lo tanto, a la vera del río.
Tal vez esas características personales me faculten a afirmar que lo que tuvo lugar el viernes
pasado en el Teatro La Rosa, en Campana, marca un hito en el devenir de estos tiempos
presentes.
El día anterior me habían aplicado la tercera dosis de la vacuna.
Y como una especie de símbolo fortuito, después de mucho tiempo de no hacer cola para entrar
a un teatro, la imagen de una sala llena de un público ávido de Vida, fue el primer paso para lo
que vino después:
La cámara escénica con instrumentos musicales y micrófonos, las luces, el reencuentro con una
locución cálida e impecable, la aparición secuencial de los músicos, la poesía inacabable…
No tendría sentido enumerar a todos y todas los integrantes de ese equipo humano increíble que
pisó el viernes el escenario de La Rosa.
Y no tendría sentido porque mi amistad personal con algunos de los y las protagonistas
seguramente teñiría de parcial una reseña que, más que eso, pretende ser un agradecimiento
público a quienes han tenido el valor, la tenacidad, la capacidad y la energía suficientes para
llevar adelante y concretar una empresa que, justamente por oficio y por edad, sé que es tan
difícil.
Hugo Correa es quien tuvo el sueño y quien supo encontrar los caminos para hacerlo realidad.
Y un poeta sanpedrino, Marino Fabianessi, escribió la infinita poesía a la que Hugo confesó
haberle encontrado la música que contenía implícita.
Claro está que en el nombre de Hugo Correa queda incluido el nombre de cada uno de quienes
han tomado parte en el montaje.
Un montaje difícil, complicado, en el que intervinieron muchas y muchos artistas, y que funcionó
a la perfección, sin interrupciones, acoples, sin baches ni apagones.
Si no grité más veces “bravo” no fue por falta de ganas ni de necesidad, sino tal vez por falta de
entrenamiento y costumbre. Hacía mucho tiempo, pandemia mediante, que no me sentía tan
entusiasmado, vibrando tanto con tanta euforia, comprobando que, pese a todo, la cultura de
Campana está latiendo y sigue viva y eficaz como siempre.
Por eso la necesidad de decir Gracias!.
A la sala teatral que, pese a todo, increíblemente, sigue en pie.
A los y las artistas, que una vez más nos iluminaron el sentido de la Vida.
Y a ese público que compartió con ellos, con ellas y conmigo, la magia de comprobar que, como
lo dijo el poeta, el Río es Vida que pasa.
¡Qué lindo sería que la experiencia pudiera repetirse!
Aunque fuera para darle a quienes no pudieron estar presentes el viernes, la oportunidad de
comprobar una vez más que hay gente necesaria.

Fuente
Propia