Mariano Acciardi

Con 19 años había terminado el CBC y empezaba Psico. Hasta ese momento había sido muy lindo, la Universidad prometía ser un lugar donde seguramente conocería gente maravillosa y comenzaría a transitar por algunas de las rutas más increíbles de mi vida. Mi padre se había quedado sin trabajo hacía pocos años. No sólo se había quedado sin trabajo sino que además había sido estafado por alguien muy conocido de la querida ciudad de Campana, había confiado su indemnización de 29 años de trabajo en Exxon, a una persona en quien, pese la advertencia de mi amado tío Jorge, confiaba ciegamente por ser un “amigo de toda la vida”. Sin trabajo, sin indemnización, mis padres no estaban dispuestos a renunciar a nuestros estudios. Sin vacilar vendieron su casa que con tanto esfuerzo habían construido, y así compraron un departamento en Buenos Aires donde sus hijes habríamos de estudiar. Yo trabajaba desde los 17, con mi querido primer jefe Daniel Albornoz, a quien el Covid horriblemente se llevó hace unos días, cuya generosidad, afecto, comprensión y flexibilidad me permitieron trabajar y estudiar como nunca lo había imaginado en lo que fue mi primera carrera: Psicología.
Lo que había sido de maravilloso del CBC, con mis salidas lejos de casa, mi creciente independencia, y la poca gente que había conocido se multiplicó en Psico a la enésima potencia. Poco tiempo después vendría mi autoexilio de Campana por un cierto lapso, pero esa es otra historia.
Estaba finalmente en Psico. ¡Ese apasionante edificio de Independencia, cuya herencia siniestra aún era perceptible en aquellos días de los años 90, con su vieja estructura y escalones gastados!. El Hall de Yrigoyen, con ese enorme mural con los nombres de estudiantes desaparecidos en los años más oscuros de nuestro país. El grito “Memoria, verdad y justicia” hacía duro pero inolvidable el recuerdo de esas luchas por la libertad de pensamiento, por un mundo mejor; que por edad no viví, pero que allí estaban eternamente presentes. ¡Gracias amado Carlos Neri por haber elaborado, ya en el retorno de la democracia, la primera dolorosa lista de estudiantes de psico desaparecidos! Esa soberbia intersección temporoespacial, entre historia, dolor, pasión y futuro es algo que creo no haber vivido en otro lado que no sea mi querida Facultad.
Esos bares con sus empanadas integrales, de dudosa procedencia, que devoraba en el Hall en medio de carteles enormes, papeles, mates, charlas, risas, lecturas, escritos, yires, miradas, encantos y pasiones varias… Hall en donde pasé incontables horas estudiando, escribiendo, debatiendo y donde también conocí el sexo… y el amor….
Allí, y con la misma pasión de la primera vez, un día me recibí con el 10 de Clínica de Adultos. Para la jura me reservé una sorpresa: no dije a nadie que había salido primer escolta para la bandera de ceremonias. Indescriptible fue la emoción de, en ese lugar, en donde tanto había vivido y amado, estar con la bandera de mi Patria, cuidarla, desplegarla si se arrugaba, acariciarla, tomar tembloroso y con las manos sudorosas el asta, en los instantes en que mi compañera abanderada concurría a que le entreguen su diploma.
Luego disfruté Filo, ya estaba más grande y “estabilizado”, pero aún amaba, como a los 20, esos edificios, esas personas maravillosas, ese mismo cosquilleo que me daba en la panza, en los últimos metros cercanos a la puerta, cuando incomprensiblemente se aceleraban los pasos y el corazón, para llegar cuanto antes a ese hermoso y apasionante encuentro que sentía cada vez que atravesaba su puerta, cuando aromas y sonidos conocidos, estremecen al cuerpo y prometen un día más de disfrute en la Universidad. ¡Qué nuevos caminos emprenderé! ¡Qué nuevas cosas aprenderé! ¡Cuánto alimento hará crecer mi alma en las horas subsiguientes! En ese entonces, estaba quizás mas ocupado, ya no podía quedarme largo rato viviendo ese patio en donde, cada día, las bicicletas se mezclaban incomprensiblemente con los libros, las guitarras, los tambores, las charlas, los carteles, los discursos, los amigos, los mates y las pasiones. Aún así disfrutaba cada pequeño momento que podía: mientras repasaba apuradamente un último apunte minutos antes de un examen; o media hora antes de ingresar a una clase, saboreando una hamburguesa vegana de las que venden en la puerta.
Filo, Psico, me abrieron al mundo. Hace 22 años que soy orgullosamente docente de la UBA. Feliz de ser parte de este rompedero de cabezas que nos abre, nos hace mejores, relanza una y otra vez nuestras pasiones por conocer, por comprender el mundo y su gente, por ser cada vez más diversos, nos cambia, nos muta, nos mejora. Un eterno y profundo agradecimiento de alumno a esos profesores que multiplican incansablemente nuestros pluriversos, nos ayudan a navegar, indagar y devorar con pasión los textos. A los buenos docentes, y a los no tan buenos, todos y cada uno han dejado su impronta. No hubiese tenido una vida tan rica, tan maravillosa, si no hubiese sido por esta Universidad Pública en la que hice casi tres carreras, que de otra manera no hubiese podido hacer. Orgulloso de nuestra Universidad y también orgulloso de que abra sus puertas a nuestros queridos hermanos de la Patria Grande, feliz que puedan crecer, enriquecerse espiritualmente, como lo hice yo o mejor, muchas personas en el mundo, independientemente de su nacionalidad, etnia, género, origen, clase, orientación sexual o religión; y a la vez enriquecernos mutamente. Que es sino eso tener como “...fines la promoción, la difusión y la preservación de la cultura...”. Que es sino eso contribuir “...al desarrollo de la cultura mediante los estudios humanistas, la investigación científica y tecnológica y la creación artística...” o difundir “...las ideas, las conquistas de la ciencia y las realizaciones artísticas.” con que comienza nuestro Estatuto Universitario. Ella, la Universidad nos aporta formación, cada une aportamos diversidad pasión y riqueza. Por supuesto hay mucho todavía por hacer para que esto sea realmente así, pero un primerísimo paso imprescindible es esta, nuestra Educación Pública Argentina, en la que algunes no caímos, sino que tuvimos la suerte de, gracias a ella, poder elevarnos. Un mundo con una sola persona más que haya tenido la oportunidad de crecer en nuestras universidades públicas es un mundo un poquito mejor un poquito más equitativo. Y somos cientos de miles... ¡¡¡¡GRACIAS MILLONES UBA!!!!! ¡¡¡FELICES 200 AÑOS!!!