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Autor: Lic. Mariano Acciardi
Los mitos del amor romántico hacen aparecer al amor como una especie de cárcel a cadena perpetua. ¿Por qué debería ser de esa manera? Son muchos los intereses que se ponen en juego, fundamentalmente el control reproductivo de la fuerza de trabajo y sobre todo la circulación de los bienes dentro de un linaje paterno-patriarcal.
Si hay algo más inusitadamente difícil de comprobar es la paternidad, con lo cual todo este invento de la fidelidad, el adulterio, la exclusividad no es más que un interés del varón por preservar y garantizar la “legitimidad” de sus hijxs, sometiendo de esta manera a su yugo a la mujer como “máquina reproductiva” en donde queda desestimado todo carácter de persona o sujeto de deseo.
Si pensamos en lo que caracteriza esta forma de pensar el amor: Exclusividad en el uso -y abuso- del cuerpo de la mujer, competencia con los otros varones, honor y caballerosidad, nos encontramos con las fuentes profundas de un gran porcentaje de la violencia de Género.
Es muy notable como muchos estudios dan cuenta del modo en que no solo las mujeres sino también los géneros disidentes se encuentran tomados por ese discurso patriarcal que solo es del interés del varón y del capital.
Las novelas -sean televisivas o literarias-, los discursos de los programas de entretenimiento, la cobertura que se hace de los feminicidios, los discursos que se comparten en las reuniones, todo ello contribuye a consolidar algo que no tiene ningún otro fundamento sólido que el de asegurar el dominio sobre el cuerpo de la mujer y ratificar los privilegios del varón.
Socialización primaria y violencia:
Si rastreamos el modo en que dichos discursos hegemónicos se inculcan encontramos uno de sus pilares en la socialización primaria, la socialización que se produce en la familia nuclear. En este sentido, la relación, las cosas dichas, las cosas oídas desde los primeros años de vida hasta la adolescencia, ratificado mediante la consolidación de dichos prejuicios por la sociedad determina el modo en que lxs adolescentes entablarán sus primeras relaciones amorosas fuera de la familia.
Ante la falta de consideración de modos diversos de relacionarse comienza, con los primeros amores, el funcionamiento de esta infernal locomotora del amor romántico que se llevará por delante, en lo sucesivo, a todos lxs miembrxs de la relación, pero fundamentalmente y por sobre todas las cosas a la mujer condenada a vivir una vida de apropiación y renuncia, con pocas o ninguna realización personal por fuera de la relación de ¿amor?. Esta forma de vínculo se consolida con el tiempo.
La importancia del estudio de los “noviazgos violentos”:
Es por ese motivo que en los últimos decenios se ha producido un incremento de los estudios la violencia en la pareja extendiéndola a las relaciones tempranas de noviazgo, en donde, teniendo los detectores adecuados, es posible encontrar claros y tempranos indicadores de violencia que se ocultan bajo las pantallas del amor. Estos indicadores tienen un alto poder predictivo de cómo se llevará adelante en lo sucesivo, luego del compromiso del matrimonio, la relación.
Concientizar sobre estos indicadores es ineludible para una adecuada prevención de la violencia de género. Una vez consolidada una pareja con el matrimonio, los hijos y el progresivo minado por parte agresora de todas y cada una de las herramientas para la autonomía de la parte sometida, se hace muchísimo más difícil cortar con la violencia.
La etapa de noviazgo es un período del ciclo vital de descubrimientos y experimentación, por ello es tan importante y crucial para la vida posterior. Se considera maltrato en el noviazgo a cualquier intento por controlar o dominar a una persona física, sexual o psicológicamente generando algún tipo de daño en ella (Osorio-Guzmán y Ruiz, 2011, p. 35) .
Hay diferencias entre violencia en el noviazgo y en el matrimonio como ser la edad y las razones por las que se presentan y continúan las agresiones. Es muy ilustrativo encontrar que, aún no existiendo responsabilidad paternal, contractual o dependencia económica, muchos noviazgos se perpetúan en dichas insalubres condiciones.
Los riesgos en lxs adolescentes son mucho mayores que en lxs adultxs, en la medida que no están suficientemente preparadxs para responder a los problemas de las relaciones románticas. Esta falta de preparación se traduce en la no identificación de actos de control y celos como la violencia que realmente son. Y no solo no se identifican como claros indicadores de riesgo posterior, sino que, mucho peor, se confunden con “interés” por parte de la pareja bajo el mito del “Amor”: (“Me cela un montón, ¡Cómo me quiere!” ).
Una cuestión que se destaca del estudio de Osorio-Guzmán es que, a pesar de tener como objetivo estudiantes universitarixs, se encontró que ni la edad, ni el estudio han podido eliminar la pregnancia del discurso del amor romántico hegemónico en la sociedad. Es sorprendente lo poco que son afectados estos mitos o prejuicios por el trabajo cognitivo. Contrariamente a las hipótesis iniciales del estudio acerca de que la formación y los pares serían factores protectores, el estudio demostró que lxs estudiantes universitarixs no están en mejor situación que personas con menor escolarización o menor socialización en ese punto. Esto da cuenta del incuestionable resultado de la maquinaria de dominación de género patriarcal, capitalista y eclesiástica en todos los segmentos de la sociedad.
Las formas de violencias más generalizadas en el noviazgo:
Hay un gran acuerdo en varios estudios respecto de que, en los noviazgos jóvenes, son muy fáciles de encontrar todo tipo de violencias fundadas en los celos y el control de la otra persona. Entre ellos se destacan la revisión del celular, la persecución en las redes sociales, el control de los vínculos familiares y sociales, humillaciones, insultos, indiferencia o amenazas de cortar la relación con la intención de lograr algo que la otra persona no quiere. También aparecen aunque en menor medida violencia sexual como contactos sexuales no deseados, toqueteos sin consentimiento, el impedimento del uso de anticonceptivos, forzamiento o convencimiento para realizar prácticas sexuales indeseadas.
La violencia más extendida en las relaciones de noviazgo suele ser la violencia psicológica, y estudios como lo de Foscher et al. (1996) consideran que los efectos de dichas agresiones respecto del medio social que los rodea son similares independientemente de cuales sean las identificaciones de género que se consideren (Velázquez C. y otros, 2013, p. 15).
Contrastando con la gran invisibilización de las violencias y maltratos, lo que es generalmente evidente en los noviazgos violentos -para un observador externo-, son sus consecuencias. Estas pueden ir desde abuso de sustancias, consecuencias del sexo inseguro, conductas mórbidas en la alimentación y el control del peso, baja autoestima, desgano e intentos de suicidio. La invisibilidad - interna a la pareja- de la violencia en el noviazgo deriva de una falta de apoyos institucionales y familiares para lxs jóvenxs que se ven en situaciones conflictivas con sus parejas.
La violencia es una conducta aprendida, consolidada y legitimada por el entorno social y familiar. Suele ser previa a la formación de la pareja y no cambia espontáneamente por la voluntad o promesas del agresor ni por el amor y cuidados de la pareja. Esta última es una de las tantas creencias por la que se mantienen los vínculos. El maltrato enmascarado de amor y/o interés resulta invisible para muchxs adolescentes, sus síntomas y efectos durante el noviazgo son desconocidos para gran parte de ellxs, ya que muchas veces se confunden con muestras de afecto. La probabilidad de ejecutar actos de maltrato hacia la pareja se incrementa notablemente si ambas partes aceptan su ejercicio como algo natural o posible. Esa maquinaria de devastación que es la violencia y la manipulación, en combinación con las creencias sociales, comienza al poco tiempo a mostrar sus frutos: La persona sometida a esos malos tratos lo considera como normal, lo acepta y tolera debido a que no se siente con la valía necesaria para tener un tipo de relación más equitativa. Las relaciones violentas en el noviazgo suelen ser un puente de unión entre la violencia de la/s familia/s de origen y la violencia en el matrimonio. El desarrollo de malos tratos en las familias de origen, que pueden ser directas, es decir donde la misma persona ha sido agredida, o indirectas, es decir presenciar malos tratos hacia la madre u otras personas de la familia, favorece un sentimiento de normalidad e incluso una tendencia a buscar parejas en donde puedan seguir reproduciendo esos patrones de conducta que ha aprendido: “se dan normalmente en el seno de una pareja”.
Creencias del sistema de dominación de género que contribuyen a la naturalización de la violencia:
Algunas creencias socio-culturales patriarcales contribuyen a minimizar la importancia del maltrato en el noviazgo a pesar de la evidencia:
"Después del matrimonio la mujer puede hacer que el marido cambie"
"La persona que maltrata tomada no es responsable de sus actos"
"Si amo a mi novix tengo que aceptar sus lados negativos"
"Si amo lo suficiente a mi pareja, es seguro que cambiará"
En 5 siglos de modernidad-colonialidad, el patriarcado ha construido las nociones dicotómicas sexo débil/sexo fuerte que cala hondamente en las personas, aún las que se consideran progresistas, haciendo suponer que el sexo fuerte debe tener control sobre la pareja, legitimando las concepciones sociales profundamente arraigadas para expresar que el varón debe ejercer su dominio. Esto es precisamente desde la definición de la ONU en 1994 "Violencia de género". Junto con este estereotipo se constituye el prejuicio machista considerar que las mujeres tienen una mayor vulnerabilidad emocional y que los hombres en el aspecto emocional no se ven afectados.
Cómo se expresó mas arriba, estas creencias y sus relaciones con el maltrato en el noviazgo se ven mucho más arraigadas cuando en la familia de pertenencia se han presenciado o padecido diversos maltratos. Presencia de roles familiares violentos, haber vivido situaciones cotidianas de maltrato en la familia de origen permea la aceptación de la violencia en la propia relación y niveles bajos de autoestima (Osorio-Guzmán y Ruiz, 2011, pp. 42-44). Socialización primaria y creencias patriarcales contribuyen progresivamente a corroer la “autoestima” del miembro sometido, y aún a tapar la baja “autoestima” e “inseguridad” que contrastan en el agresor con el papel dominante que sanciona el patriarcado para el “varón”. Este último, para reasegurar su dominio, al no contar con otras herramientas para una socialización más asertiva, utiliza la violencia. En la misma línea, Walker (1979) afirma que cuando una persona ha percibido en la familia de origen este tipo de relaciones de dominación de género, una vez inserta en el ciclo de la violencia, considera como normal y aún como muestras de amor comportamientos de subordinación y dominio que constituyen violencia con todas las letras.
Diversas investigaciones señalan a la juventud y adolescencia como las edades donde hay mayor riesgo del inicio de conductas violentas hacia la pareja (Velázquez C. y otros, 2013, p. 13). Cuánto más temprana sea la edad donde comienzan las agresiones, mayores son las posibilidades que las mismas se continúen dando y consoliden en edades posteriores. La violencia en la pareja es un proceso escalonado y progresiva distorsión de la conducta y sus percepciones a tal punto que muchas veces se pueden percibir sus consecuencias pero no así las conductas violentas que las causan. La violencia no suele surgir de modo espontáneo durante el matrimonio o la vida de pareja, sino que con frecuencia se inicia durante el noviazgo. Es muy importante la prevención y su detección temprana. Con el correr del tiempo tiende a incrementarse y consolidarse haciendo cada vez más imposible salir de la conducta tóxica. Conforme el tiempo pasa, la intensidad y frecuencia de dichos actos se establecen progresivamente en lo que Walker llamó "escalada de la violencia" (1979). Esto se contrapone punto por punto con las expectativas de la pareja que considera que todo ello va a mejorar de amarse tanto, que el amor todo lo puede.
En las relaciones de noviazgo las agresiones físicas y sobre todo psicológicas aparecen de forma gradual, sin embargo, utilizar estrategias leves de violencia a fin de conseguir un control sobre la pareja, que le cumpla ciertos deseos o que se utilicen estas conductas para descargar las frustraciones de alguno de sus miembros, son comportamientos que comienzan a consolidar un patrón de violencia dentro de la relación que con el tiempo, en lugar de disminuir, se va consolidando (Velázquez C. y otros, 2013, pp. 11-14).
Violencia y enamoramiento:
Uno de los mitos más letales del amor romántico es la idea de que "El amor todo lo puede" (omnipotencia del amor), acompañado usualmente con otros como "El amor es el eje de nuestras vidas", "El amor duele". Estos mitos crean la ilusión de un “vale cualquier cosa” con tal de tener alguien con quién vivir este amor tan grande que es una “prueba” que se debe superar. El resultado es que se legitima y valida de esta manera soportar ser agredidx o agredir con la excusa del ¿amor?.
Los mandatos de género diferenciales provocan que ambos sexos reciban y efectúen actos violentos. Es preciso describir la forma en que los jóvenes se vinculan y conceptualizan el amor a partir de estas creencias socialmente compartidas sobre su verdadera naturaleza. Mitos ficticios, absurdos, engañosos, irracionales e imposibles de cumplir. Creencias de la vida en pareja que plantean la exclusividad como única opción en la relación, que el amor es una competencia donde un “varón” le gana a otro “varón” su trofeo, es decir la mujer, la media naranja de encontrar finalmente a la persona que me completa, etc. La violencia se entronca entonces en la perpetuación de los mitos del amor romántico que dificultan e imposibilitan el goce igualitario en las relaciones amorosas. El sistema de dominación de género establece que dichas relaciones deben ser de a dos y asimétricas. Este discurso no tiene pruritos de hablar todo lo que quiera de igualdad, pero en los hechos, toda vez que en el noviazgo se intenta establecer una relación simétrica emergen rápidamente las dudas sobre si hay verdaderamente el tan mentado amor. Una salida sin le otre, un no compartir un momento, una mirada, un deseo bastan par que los mecanismos de re-encauzamiento hacia el mantenimiento de los mitos y la socialización diferencial de género se pongan en marcha y condicionen la violencia. Los mitos del amor: media naranja, emparejamiento, exclusividad, fidelidad, celos, omnipotencia, matrimonio y pasión eterna están a su servicio.
Dentro de los estereotipos del sistema de dominación de género binario se pueden encontrar dos formas de sexismo, el hostil, que considera a las mujeres inferiores, y el benevolente, que refuerza las ideas tradicionales de las mujeres con tono afectivo positivo y justificando la protección y el cuidado. Estudios sugieren que se encuentra un mayor grado de sexismo benévolo en las personas identificadas con el género mujer, lo que supone que ellas coadyuvan al mantenimiento de estas formas de prejuicio que no son vistas como violentas. Mientras que para aquellxs identificadxs con el lado varón aparece un mayor grado de sexismo que las mujeres, lo que se ha asociado con dependencia emocional en las relaciones de pareja. Ambos coadyuvan a una aceptación del sexismo en cuanto a percepción y expresión en las relaciones de noviazgo. No por benevolente es menos violento. El sexismo benevolente suele ser aceptado por ambos sexos, contribuyendo enormemente a la desigualdad y la violencia (Nava-reyes, 2018, pp. 56-57, 63).
Existen diferencias entre hombres y mujeres en una cantidad enorme de creencias a excepción de los mitos de idealización del amor. Un amor que se utiliza para enmascarar en su nombre el ejercicio o la aceptación de conductas indeseables cualquiera sean las identificaciones de género que se pongan en juego. El enamoramiento con su idealización es el principal facilitador para que se naturalicen las relaciones violentas, a tal punto que en su marco se naturalizan como expresión de “Amor” con mayúsculas podríamos decir. Los celos son el paradigma del signo de ¿Amor? que se considera imprescindible, al menos en cierto grado, sino también deseable para que sea un “verdadero Amor”. Mitos que no tienen otra raíz que este control reproductivo del linaje “legítimo” y de la herencia que instauró la modernidad-colonialidad como interés puro y llano del varón.
En los adolescentes en general y especialmente en las adolescentes identificadas con el lado mujer del binarismo de género, se mantiene la creencia que las agresiones, incluso las físicas, forman parte de las relaciones de noviazgo y es una forma de demostrar “Amor” hacia sus parejas. Un porcentaje considerable de las personas, 36% considera que las agresiones simbolizan más amor que peligro. Las expectativas del amor enceguecen el juicio de los jóvenes acerca de lo que es dañino/beneficioso para ellos o la relación (Velázquez C. y otros, 2013, p. 13). La cultura de la agresividad en la que se moldean las mentes y las familias del sistema de dominación de género ha creado una serie de distorsiones cognitivas importantes respecto a los socialmente aceptado de la violencia que en su nombre puede ser llevada hasta su extremo que es el feminicidio.
En el noviazgo: "No es algo leve que te revise el celular o se meta en tus redes sociales, no está bueno que te cele... ES SOLO EL COMIENZO. Estás en un buen momento para decir NO"
Aspectos de la prevención en los “Noviazgos Violentos”:
Los programas de prevención deben implementarse antes que la problemática se haya manifestado, pero no antes que la temática sea relevante para la población objetivo. En cuánto a la edad, existen estudios múltiples coincidentes en que el pico de violencia se produce hacia los 16-17 años.
Makepeace fue el pionero en 1981 en conducir una investigación sobre su naturaleza y su prevalencia en el noviazgo. Desde sus primeros estudios encontró que el 61% de las personas seleccionadas conocían a alguien que sufría maltrato en el noviazgo. En una pareja joven se crean expectativas sobre las vivencias y las experiencias que hacen que se desestimen formas asertivas de expresar los derechos en beneficio de una marcada propensión a la violencia. Las relaciones tomarán formas muy distintas según se permita o no expresar los derechos de cada miembro de la relación. A la gran incidencia de las relaciones de dominación de género se le suma, así, la incapacidad para establecer una comunicación asertiva como factor predisponente para el establecimiento de la violencia como la casi única forma de resolver los conflictos. En cualquier programa de prevención de la violencia en el noviazgo, a la deconstrucción de las relaciones de dominación de género, es preciso agregarle una adecuada provisión de herramientas alternativas para establecer comunicaciones asertivas en las relaciones amorosas (Nava-reyes, 2018, p. 65). Una comunicación es “asertiva” cuando sus partes son capaces de expresar sus derechos en el seno de un completo respeto hacia los derechos de la otra.
Realizar programas de prevención de la violencia en al noviazgo este tipo es un enorme pero imprescindible desafío. Estudios que se han abocado a realizar evaluaciones de programas dan cuenta que la gran mayoría tienen efectos en general rápida respecto de modificar las actitudes, la dimensión cognitiva y los discursos sobre la violencia. El conjunto de programas evaluados hasta la fecha han resultado muy eficaces a la hora de producir cambios a nivel cognitivo y actitudinal hacia la violencia (justificación, legitimación, etc). Sin embargo los resultados no son concluyentes a nivel conductual. La inclinación comportamental auto-informada suele estar influenciada por variables de deseabilidad social y tienen la capacidad de ser completamente incongruentes con el comportamiento del individuo. Normas sociales legitimadas, hábitos y consecuencias esperadas contrarrestan fácilmente los conocimientos y actitudes construidos (Fernández-González, 2013, p. 242). Esto se condice con estudios de violencia de género, en general machista, en los que se ha estudiado como característica de la persona violenta la doble fachada (Romano, 2019, p. 44). La doble fachada se hace eco de la separación patriarcal entre los ámbitos público y privado, mostrando los sujetos conductas ejemplares en el campo de lo público, “modelos” de persona, que no impide, sin ningún prurito, complementarlos con comportamientos completamente violentos en el ámbito de lo privado, en donde suceden usualmente la mayor parte de casos de la violencia doméstica. Pero esto puede ser objeto de un próximo artículo.
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Referencias:
- Fernández-González L y Muñoz-Rivas, M. J. (2013). Evaluación de un programa de prevención de la violencia en las relaciones de noviazgo: Indicaciones. En Behavioral Psychology / Psicología Conductual, Vol. 21, No 2, 2013, pp. 229-247. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid
- Nava-Reyes M. A., Rojas-Solís J.L., Toldos-Romero M., Morales-Quintero L.A. (2018). Factores de género y violencia en el noviazgo de adolescentes. En Psique Boletín Científico Sapiens Research. Vol. 8(1). ISSN-e:22159312 pp. 54-70. Puebla: Sapiens Research Group
- Osorio Guzmán M. y Ruiz O. N. (2011) Nivel de maltrato en el noviazgo y su relación con la autoestima. Estudio con mujeres universitarias. Universidad Nacional Autónoma de México
- Romano, Marcelo (2019). Por qué, para qué y cómo intervenir con varones que ejercen violencia de género. En Payarola Mario y otros (2019). Intervenciones en violencia masculina. Buenos Aires: Dunken ediciones
- Velázquez C, Margarita B., Aguilar A. , y otros. (2013). Violencia en las relaciones de noviazgo: Validación de un instrumento para su medición. En: Revista de Psicología y Ciencias del Comportamiento. Vol 4 (1), Enero Junio 2013. Colonia Nueva Mexicali: Facultad de Medicina y Psicología de la Universidad Autónoma de Baja California.
- Walker, L. E. (1979). The battered woman. New York: Harper And Row Publishers.